A menudo la vida te ofrece sorpresas.
Todos sabemos que las inesperadas son las más satisfactorias.
Ha sido un año rebosante en esfuerzo, los retos parecen que nunca acaban, y desde luego afrontar la materia más bella que cualquier estudiante de bachillerato se va a encontrar en su tortuoso periplo, ha significado una entrega extraordinaria, como aquella lejana de casi ya 20 años en Granada, impartiendo la misma materia por primera vez.
Y desde luego que lo que queda al final no es lo único que merece la pena. Es en el caminar donde los retos adquieren su verdadero significado y se saborea cada avance, cada acierto, cada error, cada segundo que lleva al aprender algo nuevo.
Se entiende entonces lo que es ser un David, dispuesto a derribar cualquier Goliat que se ponga en medio.
Un año de arte para no olvidar, para repetirlo mejorando todo aquello que sea necesario, empezando por las instantáneas.
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